Comentario
En las décadas de los 60 y los 70, los golpes militares se hicieron algo corriente. Pero ya no era un general, o un coronel, el que con apoyo de sus compañeros se lanzaba a la conquista del poder, sino la corporación militar en pleno la que intervenía en la vida política. Esta situación se vio facilitada por el surgimiento de una conciencia corporativa entre la oficialidad, la creciente burocratización de los ejércitos y una mayor participación en la vida económica. Pero el intervencionismo militar no era un fenómeno autónomo, sino que era fomentado desde la sociedad civil, dada la incapacidad de los partidos y del propio sistema para resolver determinadas cuestiones políticas. Si bien algunos golpes fueron impulsados desde Washington, lo más normal era que los golpistas buscaran el visto bueno de la embajada norteamericana antes de quebrar el orden institucional, algo más frecuente que la participación abierta del Departamento de Estado. Por este camino se esperaba obtener una mayor legitimidad y el rápido reconocimiento internacional.
Los regímenes militares surgidos a partir de la segunda mitad de la década del 60 fueron conocidos como burocráticos-autoritarios. El Estado, controlado por los militares, buscaba completar la industrialización del país y la administración se dejaba en manos de tecnócratas. La alianza entre los militares y el poder económico, junto con las corporaciones transnacionales, fue decisiva y los militares pasaron a ocupar puestos clave en las empresas vinculadas con la defensa y la seguridad nacional. Los gestores militares consideraban fincas particulares a esas empresas, que fueron un foco de conflicto permanente cuando a fines de los 80 y principios de los 90 el poder civil intentó privatizarlas. Al mismo tiempo, el control de esas empresas llevó a los militares a desarrollar un discurso nacionalista, proteccionista y estatista, en el que convergían con algunos movimientos populistas.
Las elecciones peruanas de 1962 fueron ganadas por el candidato aprista Haya de la Torre, aunque por un margen escaso de votos. El ejército, descontento con el triunfo de su acérrimo enemigo dio un golpe destinado a impedir el acceso del APRA al poder. El golpe fue inicialmente deplorado por Washington, que retiró a su embajador en Lima, pero finalmente se plegó a la política de hechos consumados del ejército peruano. Esta situación se ha repetido en numerosas ocasiones y el intento de imponer situaciones de hecho a los gobernantes norteamericanos es una constante en la historia de los golpes militares en América Latina.
En el golpe militar que derrocó al presidente brasileño Joáo Goulart en 1964, la participación norteamericana fue más activa que en el caso anterior, pero los militares brasileños inauguraron un nuevo tipo de intervención. El Estado Mayor brasileño había diseñado con anterioridad al golpe un plan coherente para la gestión gubernamental y el desarrollo económico. La lucha preventiva contra las guerras revolucionarias, guerras internas de gran peligrosidad según los propios militares, se convirtió a partir de este momento en uno de los principales móviles de las intervenciones militares. El ejército brasileño fue uno de los primeros en desarrollar el concepto de guerra revolucionaria, vinculado con el peligro de expansión marxista leninista en todo el mundo y especialmente en el hemisferio occidental. De este modo se abrían las puertas a la intervención sistemática de las Fuerzas Armadas en la represión de los movimientos insurgentes y de los partidos de izquierda en general.
En algunos casos, como los golpes impulsados por Juan Velasco Alvarado en Perú, en 1968, y Juan José Torres en Bolivia, en 1970, los objetivos castrenses se vincularon a planteamientos reformistas y nacionalistas, aunque también intentaban evitar el estallido social. El gobierno de Omar Torrijos en Panamá podría asimilarse a los anteriores. La nacionalización del petróleo peruano o el tratamiento del tema del canal de Panamá son ejemplos de la orientación nacionalista y antiimperialista de estos gobiernos. Se trató de excepciones en América Latina, que provocaron disensiones en las filas de sus ejércitos. Golpes posteriores corregirían el rumbo impuesto a gobiernos militares tan atípicos.